Donde brota la vida: el conuco dominicano, raíz viva de nuestra tierra

En lo profundo del campo dominicano, más allá de las playas de postal y los resorts todo incluido, existe un mundo donde la tierra sigue latiendo al ritmo de los antiguos. Es el universo del conuco, ese rincón de tierra humilde y sagrada donde la agricultura se vuelve acto de memoria, resistencia y futuro.
El conuco es una forma de cultivo ancestral, heredada de los pueblos originarios del Caribe, como los taínos. Consiste en pequeñas parcelas de tierra trabajadas principalmente para el autoconsumo familiar, donde se siembran de manera armoniosa y diversa alimentos como yuca, maíz, plátano, batata, habichuela, plantas medicinales y frutos del monte. Más que una técnica agrícola, es una forma de vida que conecta al ser humano con la tierra y con su comunidad.
En las provincias de Elías Piña, San Juan, Monte Plata o La Vega, aún se puede encontrar el conuco como forma de vida. Allí, no se siembra solo para llenar la olla: se siembra para mantener viva una forma de entender el mundo. Cada conuco cuenta historias; algunas nacen con la luna llena, otras con el primer aguacero de mayo. Es la tierra quien dicta el calendario, y el campesino quien lo interpreta con paciencia de sabio.
Este tipo de cultivo promueve un equilibrio ecológico invaluable. A diferencia de las grandes plantaciones de monocultivo, los conucos respetan el ritmo natural del suelo. No requieren agroquímicos. No empobrecen la tierra. Más bien, la regeneran, al alternar los cultivos y dejar que el bosque se cuele entre los surcos. En tiempos de crisis climática y agotamiento de recursos, el conuco nos habla de sostenibilidad con voz clara y antigua.

Pero el conuco también tiene un rostro humano y comunitario. En muchas zonas del país, sigue siendo el espacio donde se aprende a sembrar, a compartir semillas, a intercambiar saberes. Las mujeres lo cuidan con manos firmes, mientras los niños aprenden los nombres secretos de las plantas y los hombres se adentran al monte al amanecer, machete al hombro y esperanza al pecho.

Quizás sea tiempo de redescubrir este patrimonio vivo como experiencia turística responsable. Imaginen una ruta del conuco: una travesía por comunidades que abren sus puertas al visitante para mostrar cómo se cultiva sin dañar, cómo se cocina con lo que se siembra, cómo se vive en armonía con la naturaleza. Un turismo de raíces, donde el visitante no solo mira, sino participa, aprende y se transforma.
Porque el conuco no es pasado: es presente fértil. Y en su aparente sencillez, guarda la semilla de un futuro más justo, más verde y profundamente dominicano.
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